He visto, durante toda mi vida, sin una sola excepción, a los hombres de hombros estrechos realizar nu¬merosos actos estúpidos, embrutecer a sus semejantes, y pervertir a las almas por todos los medios. A los motivos de su acción le llaman: la gloria. Viendo esos espectáculos, he querido reír como los demás; pero eso, extraña imitación, era imposible. Tomé un cuchillo cu¬ya hoja tenía un filo acerado y me sajé la carne en los sitios donde se unen los labios. Por un instante creí ha¬ber conseguido mi objeto. Contemplé en un espejo la boca maltratada por mi propia voluntad. ¡Fue un error! La sangre que brotaba abundante de las dos heridas pedía, por otra parte, distinguir si en verdad era la a de los otros
Extraído de Los Cantos de Maldoror. Lautreamont, conde de
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